La actividad que cambió el paisaje
Por Jimena Paseyro
Un año después de que el Parlamento analizara y votara por unanimidad la Ley Nº 15.939, en 1988, la silvicultura en Uruguay se limitaba a 31.000 hectáreas plantadas. En la actualidad, la superficie implantada supera las 969.000 hectáreas y representa el 56% de los bosques del país. En esta edición especial, el objetivo es repasar los principales logros y desafíos de un sector que en 25 años multiplicó 31 veces su superficie.
A impulso de la ley, en menos de tres décadas la silvicultura dejó de ser una actividad que entusiasmaba a unos pocos visionarios para convertirse en una tarea altamente compleja basada en el análisis genético, la investigación y la aplicación de tecnología de punta.
Si bien en Uruguay la silvicultura ya había dado sus primeros pasos varias décadas antes, no fue hasta después de 1987 que comenzó a desarrollarse como parte de una política de Estado que permitiría al país contar con una nueva riqueza y un sector con gran potencial en mercados internacionales.
Desde 1987, el área plantada anualmente aumentó exponencialmente año tras año, hasta verificar un pico en 1998, cuando se alcanzaron las 84.800 hectáreas.
Cuando se aprobó la Ley Nº 15.939, en 1987, el ingeniero agrónomo Alberto Fossati formaba parte de la Compañía Uruguaya de Exportaciones SA., una firma nacional de comercio exterior que buscaba la diversificación de las exportaciones de rubros tradicionales de Uruguay y llegar a nuevos mercados. «Fue así que, explorando nuevos destinos en la península escandinava, la empresa identificó una persistente demanda de madera rolliza de eucaliptos, principalmente globulus para la fabricación de pulpa de papel. Parecía una utopía que Uruguay, un país de naturaleza agrícola-ganadera, y con escasa oferta forestal, pudiera exportar madera a Finlandia, país netamente forestal», recuerda Fossati al remontarse al origen de todo.
«Gracias a la ley de 1987 se generaron los estímulos necesarios –fiscales, crediticios e incluso subsidios directos parciales– para lograr una rápida implantación de bosques de pinos, eucaliptos y álamos en áreas de prioridad forestal» agrega Fossati. «Sin duda, disponer de una masa crítica de materia prima era condición necesaria para poner en marcha el agronegocio de la madera en el país», señala a modo de síntesis.
Todos los expertos y productores forestales consultados por Forestal coinciden en que la Ley Nº 15.939 no fue la primera forestal, pero sí la que incentivó a un número importante de inversores a apostar por un sector incipiente, que hasta entonces había sido atractivo solo para unos pocos visionarios.
Luego de una primera ley forestal en el año 1968 y beneficios tributarios que impulsaron brevemente la actividad a mediados de la década de los 70, la forestación industrial se instala en Uruguay a partir de la promulgación de la ley del 87. Desde entonces, el área plantada anualmente aumentó exponencialmente año tras año, hasta verificar un pico en 1998, cuando se alcanzaron las 84.800 hectáreas plantadas.
«La ley establecía claramente qué especies plantar y dónde, además de fijar los suelos de prioridad forestal. No lo hacía con la idea de ser muy dirigista, sino para homogeneizar y focalizar la producción en determinadas zonas para que después pudiese haber industrias», recordó a Forestal la directora de la consultora Rosario Pou & Asociados, Rosario Pou.
Explicó, además, que en ese momento no había «base genética» y que al principio fue el gobierno el encargado de realizar la importación y venta de semillas. «Después las empresas, sobre todo las extranjeras, empezaron a desarrollar sus propios programas de introducción de especies y de mejoras genéticas. Lógicamente, en esos primeros años tras la implementación de la ley, hubo muchos fracasos o malos rendimientos en las plantaciones», agregó.
En la misma línea, el director del estudio forestal que lleva su nombre, Carlos Faroppa, aseguró que «en los primeros años de la ley, la misma indicaba qué especies plantar según la zona».
Establecía, además, qué especies «se aclimataban mejor al país». En 1988, las 31.000 hectáreas plantadas se componían de 17.000 hectáreas de eucaliptos, 11.000 de pinos y 3.000 de otras especies menores, según el «Informe Nacional Uruguay», publicado en 2004 por el Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca y la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO). Entonces Rivera y Paysandú acumulaban el 60% del total de bosques implantados en el país. «Sin duda fue un aprendizaje y se comenzó a apostar más por los eucaliptos, que funcionaban muy bien. Con el tiempo se fueron mejorando las técnicas y las tecnologías que se aplicaban a la implantación y aumentó la inversión en forestación», agregó Faroppa.
Recordó además, que aquellos primeros viveros «primitivos», no controlaban tanto los orígenes de las semillas. «A su vez, la tarea de preparación de los suelos era mucho más elemental, y es por eso que hoy en la segunda y tercera rotación se vuelve a plantar con especies mejoradas genéticamente, y hay una mejor preparación de suelos, se hacen laboríos profundos, se usan herbicidas, se fertiliza», agregó. Fue con el tiempo que aparecieron la investigación genética y la mejora de los procesos de plantación. «Se ha cambiado la tecnología para lograr obtener más madera por superficie plantada», explicó Faroppa.
VISIONARIOS Y EMPRENDEDORES
«Mi padre compró un campo en 1952 en el kilómetro 108 de la ruta 8, cerca de Minas, y dos años más tarde comenzó a forestar en forma totalmente experimental, sin saber nada, con la voluntad de generar un recurso nacional. En esa primera forestación aprendimos todo lo que no teníamos que hacer, porque nadie aprende nada sin cometer errores». Así recordó Lorenzo
Balerio, director de la empresa Juan C. Balerio, los primeros pasos de una familia pionera para el sector.
«De alguna manera nuestra familia tiene el honor de haber sido la primera que desarrolló plantaciones industriales en esa zona. En esa época forestamos sin ley forestal ni subsidios». Así, en 1974, la empresa familiar decidió embarcarse en el desafío de plantar en una de las zonas que se habían definido como aptas para la silvicultura, en los departamentos de Rivera y Tacuarembó. «Hoy en día se sabe que es una de las zonas de mayor rendimiento del mundo en el crecimiento de pinos, así que tuvimos bastante suerte y nos correspondió protagonizar el desarrollo forestal en un lugar de enorme aptitud forestal», agregó Balerio.
Al principio la familia elaboró un proyecto que preveía plantar tres especies diferentes de árboles, pero vieron que implicaba demasiado riesgo financiero y optaron por continuar plantando únicamente pinos. Balerio explicó que el eucalipto en aquella época tenía un destino totalmente incierto porque recién comenzaba a plantarse con fines industriales. «Entonces yo no podía arriesgar el poco dinero que tenía en ese momento en plantar una especie que no estaba lo suficientemente probada. Tal vez hoy mi decisión sería otra», recordó.
Si bien Balerio no fue tentado por los beneficios económicos que contemplaba la ley de 1987, su profesión de contador lo llevó a hacer números y a ver claramente que la forestación era un buen negocio: «Con los costos de tierra que teníamos, los costos de implantación de entonces y los rendimientos forestales no había duda de que plantar árboles era atractivo». Faltaba la otra pata del negocio: «Nos dimos cuenta de que teníamos que lograr una dimensión exportadora, porque nuestro país no tenía capacidad de absorber la producción de un proyecto forestal rentable».
Así como Balerio vivió la experiencia de la forestación de su padre en la década del 50, el productor forestal Omar Urioste se inició en la silvicultura en 1975 prácticamente por casualidad. «En esa época yo tenía un campo en Durazno y por algún motivo fui a pedir un estudio Coneat de los suelos. Allí me dijeron que mi campo estaba ubicado en una zona de prioridad forestal y que existía una ley que daba beneficios fiscales a quienes forestaban. Me interesó, leí la ley, hice números y vi que era una buena oportunidad. Presenté un proyecto de forestación elaborado por un ingeniero agrónomo y antes que el mío solo se habían presentado 38».
Urioste comenzó plantando 554 hectáreas, aunque luego detuvo la plantación dado que no estaba muy claro el potencial del sector forestal. Pero con la promulgación de la ley forestal de 1987 retomó la plantación y plantó unas 150 hectáreas por año. «El sector empezó a crecer realmente con la segunda ley y el boom de la forestación fue en el año 90, cuando se reglamentó», aseguró Urioste a Forestal.
Su espíritu emprendedor lo llevó también a ser uno de los primeros en aventurarse a integrar dos rubros: la forestación y la ganadería. «Entonces se pensaba que en los montes plantados no se podía tener animales. Pero se comprobó que es al revés, y tanto es así que el stock ganadero de Uruguay no ha disminuido después del crecimiento de la forestación sino que ha aumentado. Al principio se integraron forestación y ganadería porque era una forma de tener el campo limpio y evitar incendios», agregó sobre el inicio de la integración. Pero más tarde, cuando hubo crisis de pasto, «los productores vieron que en los campos forestados había mucho pasto y allí se podía alimentar el ganado todo el año». La producción ganadera dentro de los montes es algo muy beneficioso. «Cuanto menos camine el ganado, más engorda y tiene abrigo asegurado», indicó Urioste.
Faroppa explicó que desde la década del 80 se ha dado un importante aprendizaje respecto a la integración de rubros, debido a que al principio los inversores y productores plantaban árboles principalmente teniendo en cuenta los beneficios que otorgaba el marco legal, «pero plantar árboles era una cosa y criar ganado era otra muy distinta. Con el tiempo hubo gente que integró ambas actividades para aprovechar mejor el recurso del suelo y para mantener mejor los bosques. El silvopastoreo hoy está más extendido y ya no se puede pensar en una forestación sin ganadería».
A 25 AÑOS DE LA LEY
En los últimos 25 años la silvicultura «ha sufrido importantes mejoras en los campos de genética, control de maleza, técnicas de plantación y laboreo, y poda», sostuvo Fossati. «Se está logrando una mejora continua en la calidad de la materia prima adaptada a la necesidad de la industria y los mercados». Fossati entiende que los sistemas tradicionales han dado lugar a una intensificación de la silvicultura nacional «gracias al esfuerzo de las empresas privadas» en la introducción de nuevas tecnologías, y «al fuerte apoyo de las instituciones públicas» tales como la Facultad de Agronomía y la UTU, el INIA, el LATU, entre otras, que lograron adaptarse a las nuevas y permanentes demandas del sector productor por nuevas técnicas de producción y manejo.
Para Pou, uno de los principales desafíos actuales de la silvicultura es bajar los costos. Puso como ejemplo un desarrollo realizado localmente en la ciudad de Young que apunta a mecanizar la silvicultura. «Hay un máquina plantadora que es excelente y que la están exportando a África. Con esa máquina se aplica herbicida, se planta, se fertiliza y se aplica gel, todo en una misma operación».
Finalmente, Faroppa hizo especial hincapié en la necesidad de continuar invirtiendo en investigación de cultivos energéticos y en conocer más sobre manejo de densidades, alturas económicas de poda y, fundamentalmente, en análisis para la mejora genética de la especies. En este contexto, recordó por ejemplo que con los años se constató que los eucaliptos «tienen una ventaja competitiva sobre los pinos, porque los pinos nuestros no ofrecen ventajas mecánicas en su elaboración o en su resistencia con respecto a los pinos que están en el hemisferio norte». Hace 25 años los eucaliptos se usaban para maderas más marginales, hoy los exportamos como madera de calidad», dijo.
Faroppa destacó la incidencia de la llegada de empresas internacionales al país en la mejora de las técnicas asociadas a la silvicultura. «Quizá el caso más claro sea el de Forestal Oriental, que comenzó a cambiar las tecnologías de implantación y sobre todo hizo y continúa haciendo un gran esfuerzo en investigación genética». Detalló, en este sentido, los estudios sobre tipologías de suelo, variabilidad climática, viabilidad genética. «Con eso no solo desarrollan tecnologías sino que desarrollan técnicas», concluyó.
LOS LOGROS DE LA LEY
«Hoy en día el gobierno no solamente está comprometido con la ley que aprobó sino que está comprometido con la rentabilidad de la actividad. Pero antes del 87 había que demostrar que esta actividad era rentable». Lorenzo Balerio.
«La principal fortaleza de la ley radica en que se logró contar con una política de Estado que contó con el apoyo de todos los partidos políticos en su época. Todos estuvieron de acuerdo en que se debería generar una nueva riqueza en el país y para eso había que invertir, y el Estado invirtió». Carlos Faroppa.
«A fines de la década del 80, pasaba un tren frente a nosotros y tuvimos la virtud de saber subirnos en el momento oportuno. Los resultados hablan por sí solos». Alberto Fossati.
«A pesar de que el valor de los campos se multiplicó por 10, los impuestos por 120, a pesar de los cambios políticos y de la crisis se siguen plantando árboles», Rosario Pou.