Historias más allá del bosque
Mientras Uruguay enfrenta el desafío histórico de la concentración poblacional en Montevideo, el sector forestal traza un camino inverso: genera trabajo de calidad en el interior y permite que las personas construyan sus proyectos sin abandonar sus lugares de origen. Detrás de las cifras de exportación y los datos de empleo, hay personas cuyas vidas se transformaron gracias a la forestación, como un operario que pasó de controlar hormigas a manejar una harvester o una cocinera que convirtió hongos silvestres en un producto estrella. Estas son sus historias.
Para un montevideano puede ser difícil dimensionar el impacto de la industria forestal en el interior del país. Es que lo único que solemos ver son los bosques implantados en el campo cuando miramos por la ventana al transitar alguna de las rutas nacionales. Fuera de eso, el sector es solo un número más en las estadísticas económicas.
Está claro que la industria forestal es uno de los principales motores de exportación de Uruguay, con ventas que alcanzaron cifras récord en los últimos años, superando los US$ 3.400 millones en 2024. Lo que no resulta tan evidente desde la capital es el profundo impacto territorial y social que genera este rubro en las comunidades del interior.
Un estudio reciente realizado por Equipos Consultores para el Centro Tecnológico Forestal Maderero revela datos contundentes: la cadena forestal-maderera genera más de 33.000 empleos directos distribuidos en todo el país, ocupando apenas el 6,6% de la superficie productiva nacional. Pero el impacto va mucho más allá de las cifras de ocupación. Según el informe, en las regiones donde predomina la actividad forestal, el 90% de los empleos son estables y más del 50% de los residentes considera que los salarios del sector superan los de otros trabajos rurales e industriales.
Con el espíritu de visibilizar el impacto humano detrás de las cifras, la Sociedad de Productores Forestales convocó al carpintero e influncer Michel Tort, para que realizara una gira por el interior del país para conocer a personas que forman parte de la industria forestal, directa e indirectamente.
Al recorrer el departamento de Paysandú y sus diferentes localidades es fácil ser testigo del impacto de la forestación en la vida de distintos trabajadores. Marisol, cocinera y emprendedora con hongos que crecen en los bosques productivos; Hugo, operario de una máquina cosechadora; Robert, que vende artículos para equipos forestales; Silvia, cocinera que hace viandas para el personal de varias empresas del sector; y Leonel, que fabrica piezas para maquinaria. Historias que confirman lo que los datos anticipan: el sector forestal no solo dinamiza la economía, también transforma territorios y construye oportunidades.
LA COSECHA INVISIBLE – Marisol Carratto

Marisol Carratto siempre estuvo ligada al mundo gastronómico: tenía un pequeño negocio de comidas al paso, preparaba platos del día, tortas de cumpleaños y todo lo que le permitiera compartir su amor por la cocina. Para ella, dar de comer es dar amor, y dice que “no hay orgullo más grande que cuando una persona, después que degusta lo que hiciste, te dice que estuvo rico, que le gustó, que quedó complacido”.
El punto de inflexión llegó cuando la empresa Montes del Plata ‒junto a la UTEC y la UTU‒ impulsaron una capacitación que le permitió descubrir el potencial de un producto que conocía desde hacía 22 años: los hongos que crecen en troncos de eucalipto después de su cosecha. Este insumo totalmente natural, que nace cuando el tronco se pudre, se convirtió en el centro de su actividad. Marisol forma parte de La Ruta del Hongo, un proyecto de comercialización de hongos en conserva que le permite trabajar desde su casa en Piedras Coloradas.
Lo que más disfruta de esta labor es “dar a conocer este alimento único, inspirar a otros emprendedores y mostrar que, detrás de cada hongo que llega a la mesa, hay una historia de esfuerzo, formación y mucho corazón”. A su vez, destaca como positiva la posibilidad de que otras personas puedan sumarse a esta iniciativa, “hacer lo mismo en otros lugares y tener otros emprendimientos con este hongo que también existe en todo Uruguay”.
Marisol tiene 50 años y es madre de tres hijos y abuela de una niña de 11 años. Ha sido madre jefa de hogar, una experiencia que describe como “mala suerte por un lado y suerte por el otro”, porque le dio hijos excelentes de los que está profundamente orgullosa: estudiosos, deportistas, independientes y trabajadores. Criada en el campo y marcada por el ejemplo de su madre, una mujer luchadora que también sacó adelante a su familia sola, se describe como alguien que siempre busca capacitarse. En 2024 hizo el primer año de cocina en la UTEC, este año va por el segundo, y planea seguir formándose en lo que ama.
DE LAS HORMIGAS A LA CABINA – Hugo Bueno

Antes de subirse a la cabina de una harvester, Hugo recorrió un largo camino en el sector forestal. Hace más de veinte años que está vinculado a esta actividad y su trayectoria comenzó desde lo básico: control de hormigas, trabajo con motosierra, alambrado. De a poco fue aprendiendo cada aspecto del rubro hasta llegar al lugar donde está hoy: operando una de las máquinas más sofisticadas de la cosecha forestal.
Para Hugo, subirse a esa harvester no es solo un logro profesional, es la materialización de años de trabajo constante. Cada mañana llega con las mismas ganas de siempre: producir, hacer bien sus tareas y llegar a fin de mes para darle lo mejor posible a su familia. Esa motivación es la que lo impulsa todos los días, la que sostiene su compromiso con una labor que exige concentración, respeto por la máquina y responsabilidad.
Hugo vive en Chapicuy junto a su señora y sus dos hijos, de 10 y 17 años, quienes están enfocados en sus estudios. Eligió quedarse en ese pueblo pacífico, donde todos se conocen y uno puede salir con la tranquilidad de saberse seguro. Hugo, como tantos, resalta que es el tipo de lugar donde las familias pueden echar raíces y sentirse confiadas.
Lo que más valora Hugo de su trabajo es la oportunidad que el sector forestal ha traído a la región. No se trata solo de quienes manejan las máquinas: alrededor de cada cuadrilla se mueve un ecosistema de oficios y personas. Están los mecánicos que mantienen el equipo funcionando, las cocineras que preparan la comida, el personal de limpieza que asegura la higiene, los encargados que organizan la logística. La forestación, dice Hugo, ha generado trabajo para casi todos en la zona, brindando oportunidades donde antes quizás no las había.
“Se mueve un lote de personas alrededor de una cuadrilla que está trabajando. Porque hoy en día, por donde andes, la mayoría de la gente trabaja en la forestal, ha traído bastantes oportunidades”, asegura.
SALTO DESDE EL TALLER – Robert Trenkinchu

Antes de convertirse en empresario, Robert Trenkinchu ya conocía las máquinas forestales desde adentro. Comenzó su trayectoria como mecánico en 2007, trabajando con el equipamiento que sostiene la actividad forestal: aprendiendo cómo funcionan las máquinas, cómo se reparan, qué necesitan para rendir al máximo. Durante años acumuló experiencia técnica y conocimiento del rubro, hasta que en 2015 tomó una decisión que cambiaría su camino. “Se me dio la oportunidad de largarme por mi cuenta, para hacer servicios y mantenimiento de máquinas forestales”, cuenta Robert. Decidió aprovecharla.
Lo que comenzó como un emprendimiento individual pronto se transformó en un proyecto compartido: su hermano José se sumó como socio, creando una alianza que ha sido fundamental para el crecimiento de la empresa. “Siempre estamos unidos, es un apoyo”, dice Robert sobre esa sociedad fraternal que les permitió construir juntos. Ambos son de Quebracho, Paysandú, y en octubre de 2025 celebraron una década de trabajo continuo en el sector forestal.
El primer ciclo de la empresa estuvo enfocado en la mecánica y el servicio técnico, pero la pandemia los llevó a replantear su estrategia. Fue entonces cuando decidieron dar un giro: empezar a importar equipamiento, identificar qué era lo que el mercado necesitaba y traer soluciones. Así llegaron a especializarse en balanzas de peso dinámico para carga de madera, un producto que responde a una necesidad concreta del sector. “Hay que ir aprovechando todas las oportunidades que se nos dan”, sentencia Trenkinchu.
Para él, el crecimiento de la empresa no fue casualidad ni suerte, sino el resultado de un camino deliberado. “Nuestro crecimiento fue a base de experiencia, trabajo, profesionalizarnos y seguir estudiando; siempre estamos haciendo cursos y aprendiendo cosas nuevas”.
ALIMENTAR EL BOSQUE – Silvia Chialanza

Tercera de seis hermanos, Silvia Chialanza nació y creció en Esperanza, un pueblo que ama profundamente por su paz, su tranquilidad y su belleza. Antes de dedicarse de lleno a cocinar viandas, ya conocía lo que era trabajar duro y adaptarse rápido a los cambios. En su vida hizo de todo: ayudó a su mamá en la central de teléfonos, trabajó en la siembra, en la cosecha de uvas y en varias tareas locales más.
Hasta que empezó a cocinar. Decidió estudiar repostería y poco a poco fue encontrando su camino: preparar viandas para empresas. Primero fueron clientes variados, pero hace casi tres años comenzó a trabajar con empresas forestales y ese vínculo transformó su emprendimiento. La demanda creció de forma significativa: si antes preparaba viandas de manera más modesta, hoy maneja un promedio de 25 diarias, llegando en algunas semanas hasta 38. Sus guisos, tallarines caseros y salpicón de pollo se han vuelto famosos en el eje de la Ruta 90.
Lo que más valora Silvia de su trabajo actual es que le permite desarrollarse profesionalmente sin tener que dejar su localidad. “Amo a mi pueblo”, dice con una convicción que no deja lugar a dudas. Trabajar desde su hogar le da la libertad de sostener su emprendimiento sin renunciar a la calidad de vida que ofrece Esperanza, ese lugar que eligió para quedarse y donde construyó su proyecto.
Los trabajadores que operan máquinas, mantienen equipos o gestionan la producción cuentan con esas comidas variadas y caseras para seguir adelante con sus jornadas. Silvia se ha convertido en una pieza clave de ese engranaje, aportando desde su cocina al funcionamiento de todo un sector productivo.
HOMBRE DE FIERRO – Leonel Einbinder

Leonel Einbinder recorrió un largo camino de aprendizaje y oficio antes de fundar su propia empresa. Se formó en la UTU de Paysandú y se recibió en 1985, cuando comenzó su trayectoria como “rascafierro”, como él mismo dice, hasta convertirse en tornero. Durante años trabajó como empleado, acumuló experiencia en tornería y metalúrgica, con un fuerte enfoque en el rubro de balanzas. En 2003 dio el salto: fundó su propia empresa y comenzó a construir su camino como empresario, siempre fiel a su vocación por el trabajo con el metal.
Todo cambió en 2015, cuando decidió poner el foco en el sector forestal y especializarse en fabricar y reparar piezas para la maquinaria pesada del rubro. Desde un gato hidráulico hasta un grapo, Leonel y su equipo se encargan de resolver lo que haga falta para que la flota siga funcionando. Es un trabajo que exige precisión técnica, conocimiento profundo de los equipos y capacidad para encontrar soluciones ante cada desafío que presenta la maquinaria forestal.
Aunque disfruta de cada etapa del proceso, lo que más le apasiona es crear una pieza desde cero: ver cómo un simple trozo de acero se transforma en algo esencial para que una máquina vuelva a ponerse en marcha. Es en ese momento donde confluyen su experiencia, su técnica y su amor por el oficio. “Tuve la suerte de trabajar en lo que me gusta, en lo que amo”, dice Leonel.
Hoy, el rubro forestal es el corazón de su empresa. Según contó, gracias a los clientes del sector, Leonel mantiene su negocio activo y en constante movimiento. Pero más allá de la relación comercial, hay algo más profundo: un sentido de pertenencia. Como él mismo lo expresa: “Me siento parte del equipo también”.
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