Pueblo Arévalo, las raíces del arraigo

En un rincón de Cerro Largo donde los caminos contaban más historias de partidas que de llegadas, Arévalo ha reescrito su destino. Como un ecosistema que renace, este pueblo encontró en la forestación el catalizador que transformó el éxodo rural en un presente vibrante. Sus habitantes e instituciones cultivaron un modelo donde lo que parecía foráneo se convirtió en propio, dibujando en el paisaje no solo hileras de árboles, sino también los trazos de un desarrollo que hoy florece con nuevas casas, servicios y esperanza.
Por María José Fermi
Un generoso plato de ñoquis caseros nos recibe apenas llegados al pueblo de Arévalo, en Cerro Largo. Es 29 del mes y Cecilia Cores, nuestra anfitriona y vecina de la localidad, le hace honor a la tradición. Así como nosotros hoy, decenas de visitantes se han sentado a su mesa a almorzar desde que hace siete años se convirtió en monotributista para ofrecer su comida casera.
“Siéntanse como en su casa”, nos dice, mientras nos cuenta quién es quién en cada una de las fotos familiares que están sobre el aparador, nos enseña los cestos que hace con trapillo y los tapetes que ha tejido últimamente. Cecilia (56) es una emprendedora y el movimiento que desde hace unos años existe en el pueblo no ha hecho más que avivar esa llama. Mucho ha cambiado en su Arévalo natal desde que la actividad forestal llegó hace más de treinta años.

Cecilia todavía recuerda cuando era solo una niña y ver pasar los autos que aparecían por el camino de tierra frente al pueblo era su diversión. Y es que eran poquísimos los que dejaban la Ruta 7 para tomar el desvío justo antes del arroyo Tarariras y meterse durante 40 kilómetros por el camino que hoy es la Ruta 38.
En aquella época, el pueblo lo componían unas pocas viviendas –Cecilia estima que alrededor de diez–. “Estaba el almacén, la casa de mi padre, la de mi suegra y algunas más”, recuerda mientras nos ofrece el postre, una crema casera de sabor inigualable.
Tras casarse con Iván, uno de los muchachos del pueblo, tuvo tres hijos: dos nenas y un varón. Cuando sus hijas eran chicas, en Arévalo solo existía la escuela N° 61, así que las pequeñas se embarcaban casi a las seis de la mañana en un ómnibus amarillo para asistir al liceo en Santa Clara del Olimar. “Sabíamos la hora en la que se iban, pero no la hora a la que volvían”, confiesa. El estado de la vía era penoso.
Pero ¿cómo pasó Cecilia de tener que enviar a sus hijos a otra localidad a estudiar a recibir a ingenieros, arquitectos, funcionarios de Mevir y hasta políticos en su mesa para ofrecerles milanesas, pastas y otras delicias? La clave está en los árboles.
ECHAR RAÍCES
Los primeros pinos y eucaliptos comenzaron a poblar los campos de la zona en los años noventa, cuando la actividad forestal apenas insinuaba su llegada. En 1992, como anticipándose al cambio, un proyecto de Mevir, junto a la Intendencia de Cerro Largo y el Centro Internacional de Investigación para el Desarrollo de Canadá, también desembarcó en Arévalo: se construyó un conjunto de 18 viviendas y se fundó una cooperativa con trabajadores rurales para instalar un vivero forestal.
Para Ana Salinas, entonces una niña, aquel momento redefinió su vida doméstica: su familia accedió a una vivienda Mevir y su padre empezó a trabajar en la cooperativa. “Eso generó que nosotros, por primera vez, tuviéramos a nuestro padre todos los días en casa. Porque antes de eso, él trabajaba en establecimientos rurales que quedaban lejos y venía solo los fines de semana”, relata esta vecina de Arévalo.

La intervención inicial de Mevir fue solo la primera semilla. Dos planes subsiguientes –en 2008 y 2023– multiplicaron las viviendas del poblado. De las diez casas que Cecilia recuerda de su infancia, Arévalo pasó a albergar más de un centenar. El censo de 2023 registró 103 viviendas, cifra ya superada con la reciente llegada de casas containers y modulares instaladas por una empresa forestal que apostó por arraigarse en la zona.
La población, por supuesto, también ha au mentado: de 58 habitantes en 1996, se creció a 82 en 2004 y saltó a 247 en 2023. Eduardo Lucas, alcalde saliente que guio el municipio entre 2015 y 2025, estima que actualmente unas 800 personas habitan regularmente el pueblo (entre oriundos y trabajadores llegados de otros lugares).
“Teníamos indicios de que, por primera vez después de tanto tiempo, se empezó a frenar la migración, ese desangre brutal que venía desde el censo del sesenta. Estuvo un grupo de sociólogos de la Udelar haciendo un trabajo al respecto. Todavía no están los resultados oficiales, pero hay un revertir”, señala Lucas.
De esa población, aproximadamente la mitad –unos 400– mantiene vínculos directos o indirectos con la actividad forestal, estima Lucas. “Lo interesante es que al haber traba jo y mejorar la calidad de vida esto también dio oportunidades a otras actividades como servicio de transporte, mecánicos, cocineros, entre otros”, explica.
Desde el living de su casa, Cecilia Cores reafirma esta realidad: “Sin la forestación ya nos tendríamos que haber ido (…) A mí me ha dado mucho trabajo. Porque no solo es bueno para el que trabaja en la forestal, sino que ahora hay comercios, panaderías, las casas que se alquilan para los trabajadores. Se genera movimiento”.
Ana Salinas, quien trabaja como responsable de las redes sociales del municipio y logró acceder a una vivienda propia en el segundo plan de Mevir, también cree lo mismo: “Todo viene de la mano, porque si no hay trabajo no va a haber personas; si no hay personas, no va a haber viviendas; si no hay viviendas, no van a traer servicios”.
LA UNIÓN HACE LA FUERZA

La certeza de que la forestación había llegado para quedarse –y expandirse– catalizó un hito en la planificación del desarrollo local: la creación del grupo Desafío Arévalo. “Intentamos trabajar de forma interinstitucional viendo las distintas actividades que tenían que ver con el desarrollo para nuestra región: la educación, la salud, la seguridad, la infraestructura. Así creamos esa mesa que se llamó Desafío Arévalo”, explica Lucas.
El grupo reunió al municipio con ANEP, UTU, INAU, ASSE y los representantes de las empresas forestales presentes en la zona, como UPM. Pero, además, también participaron referentes comunitarios del mismo pueblo. Esto permitió priorizar alianzas y establecer objetivos a corto y mediano plazo. “Fue un éxito brutal”, afirma el alcalde saliente.
El fruto de esta cooperación entre instituciones, empresas y comunidad se materializa hoy en el Club de Niños, un CAIF y una sede de UTU, todos espacios que hasta hace cuatro años no existían. Asimismo, la infraestructura experimentó un salto cualitativo: mejoras en caminería, pavimentación, corredores forestales y construcción de puentes.
El relacionamiento con las compañías forestales también se transformó sustancialmente. “Cambió la forma en que normalmente la comunidad pedía cosas a las forestales”, señala Lucas. “Está bueno ese sistema en el que las empresas participan en ámbitos donde está la comunidad viendo cuál es la problemática y, desde su lado, tratan de aportar técnicos o capacitaciones que ayudan a identificar mejor las necesidades y la misma comunidad va tejiendo la solución”.
CIMIENTOS EN EL PUEBLO
Luis Mieres tiene 35 años y nos recibe en la puerta de la vivienda número 32.556 del Plan Mevir. Antes de establecerse en el pueblo, este operador de maquinaria forestal anduvo un poco por todos lados: nació y creció en la zona de El Cordobés en Cerro Largo y trabajó en El Junco, Young y El Carmen.

Hoy, sin embargo, llama a Arévalo su hogar. “Hace tres años, cuando entré a trabajar en la empresa [Famanex], alquilaba una vivienda en Santa Clara del Olimar. Ellos me ayudaron a ingresar al Plan de Vivienda de Mevir”, cuenta frente a la casa que construyó con sus propias manos.
Dos certezas lo convencieron de establecerse en el pueblo: “Conocer la perspectiva de la empresa y saber que iba a haber laburo en el lugar durante buen tiempo”, y “el trabajar al lado de casa, cerca de la familia”.
Para este operador de máquinas harvester y forwarder, la vida ha dibujado una rutina que creyó poco compatible con su oficio: retorna cada día a su casa y comparte la cotidianidad con su esposa y sus cuatro hijas. “Acá tengo una rutina como si estuviera en una oficina. Tomo el micro en la puerta de casa, voy a trabajar y vuelvo. Y lo mejor es que el pueblo es un lugar tranquilo, estilo campaña como me gusta a mí”, relata.
EN LA CANCHA
El frente de cosecha en el que trabaja Luis se llama El Milagro 2 y ahí es donde, justamente, conocemos a Martín Favre (30), otro empleado forestal que vive en Arévalo. Lo suyo también son las máquinas, pero desde la trastienda. Martín es mecánico; siempre le gustó entender cómo funcionan las cosas y arreglarlas cuando dejan de hacerlo. Por eso, cuando le tocó armar de cero el cabezal de una cosechadora forestal como parte de una pasantía en la empresa Ponsse, quedó encantado. “Yo de lo forestal no conocía nada, nunca había visto una máquina de estas, pero ‘mecanear’ era lo mío”.

Antes de aquella experiencia, Favre había dejado su natal San José para estudiar en la UTEC de Paysandú. Primero trabajó con maquinaria agrícola, pero después el mundo forestal lo atrapó definitivamente. De eso han pasado siete años, los últimos dos viviendo en la localidad. “Antes, Arévalo era otro pueblo. Recuerdo haber pasado por aquí hace años y era muy distinto, las rutas eran otra cosa”.
Martín es el encargado del taller de mecánica en el frente de cosecha. Él, junto a un equipo de técnicos, son responsables de darle apoyo a las máquinas mientras estas trabajan prácticamente 24 horas al día. Allí las abastecen de combustible, las engrasan, reemplazan cadenas y mangas rotas, y realizan reparaciones menores sin perder el ritmo.
El momento crítico llega entre las 10 y las 14 horas, cuando las máquinas se detienen para recibir mantenimiento. “Dependiendo del día, podemos trabajar en el sistema hidráulico, el eléctrico, la parte mecánica, la bomba, la bobina, el motor”… la lista es interminable y la presión es alta. “Una máquina parada es dinero que se pierde”, sentencia Favre.
EN LA CASA
Martín comparte con otros compañeros un espacio en las casas containers instaladas por su empleador en el pueblo. Esta decisión empresarial de establecerse a largo plazo en la zona representa un hito que el alcalde Lucas destaca especialmente. Como contratista de UPM, Famanex debe garantizar condiciones habitacionales que cumplen estándares rigurosos, incluyendo una cantidad mínima de metros cuadrados por habitante.
“El desarrollo de la forestación es un beneficio para nosotros. Antes dormías en una cucheta de tronquitos y ahora están obligados a que tengamos hasta mosquiteros en las ventanas. Somos una manteca”, cuenta riéndose Martín.
Su ritmo laboral sigue el patrón de muchos en el sector forestal: trabaja diez días consecutivos y descansa cinco. Durante ese tiempo, Favre viaja hasta San José para reunirse con su familia y su novia. A diferencia de Luis, su estadía en Arévalo es transitoria; planea seguir migrando conforme los frentes forestales vayan cambiando.
APUESTA A LO LOCAL
Así como Luis y Martín, muchísimas personas de otros lugares del Uruguay han llegado a Arévalo en los últimos años, algunos con intenciones de establecer se, otros con una mirada más enfocada al horizonte cercano. El desafío actual –en el que ya se trabaja intensamente desde hace unos años– es lograr que la gente local también pueda capitalizar las oportunidades que aparecen con el crecimiento del pueblo. Para ello resulta fundamental contar con talento capacitado específicamente para la nueva realidad forestal.
Agustina Sánchez, Néstor Mujica, Emilia Yurramendi, Fabián Silva y María Taroco son los nombres de cinco jóvenes locales de entre 21 y 18 años que personifican esta esperanza. En el 2022 arrancaron con el bachillerato agroforestal en la UTU de Arévalo y en noviembre del año pasado se convirtieron en la segunda generación de egresados. Pero este grupo no se detuvo allí.

Como parte de su formación, participaron del proyecto AgroLab, donde profesores de la Facultad de Ciencias Agrarias de la Universidad de la Empresa (UDE) visitaban el pueblo para acercarles la experiencia de un laboratorio de ciencias. “Hicimos trabajos sobre la producción de frutilla y medición de agua, y ellos nos mencionaron que en la facultad existía esa carrera y que a lo mejor se podía gestionar una beca”, comenta Agustina, una de las estudiantes.
Lo que parecía un sueño lejano se hizo realidad: este año, los cinco jóvenes arrancaron la carrera de técnico forestal en la UDE. “El 70% de la beca nos la da la universidad y el otro 30% lo asume el municipio”, precisa Emilia. INAU complementa el apoyo proporcionando los pasajes para viajar a Montevideo, ya que la metodología es semipresencial (llevan clases virtuales todas las semanas y tienen sesiones presenciales una vez al mes más o menos).

La carrera dura dos años y los jóvenes podrían graduarse a fines de 2026. Consultados sobre qué les gustaría hacer una vez que ter minen los estudios, las respuestas no se hacen esperar. “¡Que nos den trabajo!” exclama Emilia. “¡Trabajar!” reafirma Néstor. Mencionan áreas vinculadas a la maquinaria forestal y los viveros, pero no se cierran a otras opciones.
También hay opiniones diversas en cuanto a si quedarse o dejar el pueblo una vez graduados. Emilia aclara que, de tener la oportunidad, preferiría quedarse en Arévalo. Néstor, en cambio, no está tan seguro: “Ahora hay más opciones para elegir. No te tenés que ir lejos para trabajar, pero si te vas puedes conocer otras cosas”, dice.
De lo que sí está seguro este grupo de jóvenes es de que las cosas son diferentes ahora que la forestación existe en el pueblo. Fabián, de pocas palabras, lo resume diciendo que “es algo positivo que genera trabajo”. Agustina, por otro lado, se la juega y elabora un tanto más: “Me parece que es algo que vino acá para quedarse y que va a seguir expandiéndose. Creo que hay que aprovechar esas oportunidades, y más nosotros con esta beca”.
CHANCES PARA TODOS
Agustina Sánchez, además de ser una de las alumnas becadas por la UDE, es una de las madres beneficiadas por la existencia del nuevo CAIF en Arévalo. Mientras ella asiste a sus clases de tecnica tura agroforestal, su pequeño hijo disfruta del centro inaugurado a inicios del año pasado. Este espacio forma parte de una red de contención social que ha transformado la realidad de muchas familias en el pueblo.
“Nosotros sabíamos que en algunos hogares cuan do el papá o la mamá estaban trabajando, muchos niños estaban solos en algunos momentos o a cargo de hermanos más grandes, pero menores de edad también”, explica Ana Salinas, quien lideró desde la comunidad la campaña para conseguir un Club de Niños para la localidad.
Durante casi una década, Ana impulsó esta iniciativa como representante legal de la Sociedad Civil Hormiguita. Su perseverancia rindió frutos en setiembre de 2023, cuando finalmente se inauguró el Club de Niños, que actualmente brinda cobijo y formación a 50 menores de entre 4 y 13 años.
La llegada del CAIF en marzo de 2024 completó una red de contención para los más pequeños. “Con el CAIF y el Club de Niños se ha generado un cambio que influye en la familia”, comenta Ana, cuyo hijo de 2 años también asiste al centro.
Así, pues, donde antes había un puñado de casas y familias resistiendo al éxodo rural, hoy florece un Arévalo con servicios, infraestructura y perspectivas para niños, jóvenes y adultos. La forestación, que algunos veían inicialmente con recelo como una amenaza al modo de vida tradicional, se transformó en uno de los pilares de desarrollo de la comunidad.
Las palabras con las que Cecilia termina nuestra conversación después del almuerzo lo resumen perfectamente: “Si se termina la forestación, muere el pueblo”. Pero lejos de expresar dependencia, revelan cómo Arévalo ha sabido hacer suyo un modelo de desarrollo sostenible donde los árboles no solo han echado raíces en la tierra, sino también en el futuro de la comunidad.
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