• Jueves 20 de marzo de 2025

Logística en primera persona

Por Valeria Tanco

Una vez cosechada, la madera se carga en el monte para ser transportada en camiones a playas de acopio intermedias, puertos o industrias que la procesan con distintos fines. Ese trabajo que se describe en tan pocas palabras, necesita de la tarea coordinada y eficiente de miles de personas en distintos puntos del país. Operarios de máquinas de carga, camioneros, administrativos de recepción y supervisores son algunos de los involucrados en un rubro con ritmo propio donde forestales de años y recién llegados hacen funcionar un engranaje complejo.

Pablo Rodríguez trabaja como camionero de carga desde hace 12 años, 8 de ellos en el rubro de la madera. Antes, transportaba ganado en pie, que él dice «es más complicado, porque son animales vivos». Su rutina laboral consiste en tres días de trabajo seguidos y uno libre. Siempre y cuando las condiciones estén, porque a veces ha tenido que quedarse esperando en montes a que la situación climática permita cargar. En este momento, su ruta va desde los montes cosechados en la zona Sureste hacia el puerto de La Paloma o directamente hacia la planta de celulosa de UPM en Fray Bentos. En promedio, Rodríguez recorre 400 kilómetros diarios. «Compartís más tiempo con el camión que con tu familia», explica el transportista cuando Forestal le señala que la cabina de su camión está muy cuidada y personalizada con objetos, adornos y fotografías. Y agrega: «El camión es la casa de uno, por eso lo tengo prolijo, con mis cosas». Más allá de su vida en el camión, Rodríguez y su familia, su esposa y sus ocho hijos, viven en San Jacinto, Canelones. De allí es también la empresa para la que trabaja, lo que facilita su tarea en cuanto el destino final es siempre la localidad en la que reside. Le preguntamos cómo es para sus ocho hijos, la más grande tiene 21 años y el más chico apenas 2 años, y su esposa, que él no tenga un trabajo «convencional» que le permita dormir en casa todas las noches, y que además tenga libres días distintos que muchas veces no son fines de semana: «Están mentalizados de que estoy afuera porque ellos tienen que comer y vivir. Estamos acostumbrados a, por ejemplo, hacer un asado un martes como si fuera domingo, porque es mi día libre». En cuanto a la demanda afectiva y de presencia que requiere una familia y más una numerosa, cuyos hijos chicos pueden no entender que el padre viene de hacer muchos kilómetros en el camión, el transportista dice que «llego mentalizado para no estar cansado. Dejo el descanso para la noche. Elegí tener esta familia, no cambio por nada llegar y estar con ellos, dedicarles tiempo y energía».

Laboralmente, Rodríguez tiene otra familia, la del transporte forestal. La carga en el monte es compleja, porque por más que se abren caminos específicamente para llegar al lugar de la cosecha por cuadrillas de empresas dedicadas a la caminería, algunos son angostos, empinados, difíciles. A eso se suma el estado del tiempo, que determina gran parte de la tarea. «Trabajamos con la radio, nos comunicamos. Es necesario, para saber cómo está un camino, quién está viniendo por él, etcétera. Algunas veces nos cinchamos unos a otros. Más allá de las distintas empresas, somos un grupo». Cuando hay tiempos de espera, Rodríguez se dedica a cocinar para sus compañeros y para él, hace mandados o puesta a punto de su camión. Siempre con el mate pronto.

CAMBIAR PARA CRECER

Cuando trabajaba en la caminería en los montes, Robert Santos observaba cómo los maquinistas organizaban la cosecha y cargaban la madera: «Me llamó la atención, me gustó más que lo que estaba haciendo y quise probar». El joven decidió cambiar de trabajo, dice que para «crecer y tener más oportunidades», y desde hace ocho meses es operario de una máquina de carga de madera principalmente en los montes de la zona este del país y el puerto de La Paloma. Aprendió su tarea «mirando», fue capacitado por la empresa en la que trabaja, donde un instructor le enseñó cómo realizar la tarea. Al poco tiempo de estar en su nuevo empleo, ya estaba operando las máquinas.

Santos vive en Minas con su familia y viaja diariamente a La Paloma para cumplir con su tarea. En el puerto, la jornada laboral de Santos es de ocho horas, cinco días a la semana. Se descarga a playa de acopio o al muelle directamente. En un turno, se descargan entre 45 y 48 camiones. Por más que para un observador podría parecer que una vez que se sabe cómo operar el grapo el trabajo en el puerto es mecánico, Santos explica que su tarea «no tiene nada de rutinaria, siempre se está aprendiendo algo nuevo. Las distintas cepas hacen que el trabajo sea variado. Y hay momentos más difíciles que otros, por ejemplo cuando llueve y la madera queda resbalosa».

La jornada laboral en el monte es más larga, de 11 horas en las que se incluyen los momentos de descanso, y Santos explica que no existen los tiempos muertos: «Cuando no se está levantando la cosecha, se aprovecha para engrasar y poner a punto la máquina».

Aunque Santos ya comenzó en la era de la maquinaria de última generación especializada para el sector forestal, con cabinas cerradas, aire acondicionado y seguridad óptima, sabe que antes no era así, «se pasaba más trabajo», ya que se hacía con tractores que se adaptaban.

SER PARTE DEL LUGAR

Ariel Martínez conoce de primera mano lo que Santos sabe por lo que le contaron. El supervisor de operaciones de una empresa logística trabaja en el sector forestal desde 1995, «cuando las máquinas eran de las décadas de 1970 y 1980. Trabajé los primeros seis o siete años sin saber lo que era un grapo». Pero no solo en maquinaria hubo avances significativos en poco tiempo: «Mejoró la calidad de vida y de trabajo, los salarios y la seguridad. Además, el boom forestal hizo que la explotación agropecuaria tuviese que ponerse ‘a tiro’. Soy técnico inseminador, y recorrí la frontera durante muchos años, así que sé las condiciones en las que se trabajaba en el campo. Y eso cambió. Además de que el sector forestal capacitó, hoy vas a cualquier pueblito y encontrás a alguien que sabe subirse a un harvester (máquina cosechadora) y operarlo. Aunque los que saben, están trabajando y no es fácil que estén disponibles».

La tarea de Martínez es coordinar a los empleados del bosque forestado, los contratistas que transportan, los propios funcionarios de la empresa para la que él trabaja que se encargan de mover y acopiar la madera y el servicio que se le brinda a las empresas que compran la madera. Es una suerte de logística de la logística. Con todos los desafíos que ello implica, entre capital humano, clima y paisaje. «En lo personal, me gustan los desafíos. Rocha es un tanto difícil, por dos motivos principales. Primero, porque no estaba desarrollado este tipo de trabajo. Segundo, porque si bien tenés un patrón de la carga de madera para guiarte, en esta zona hay un ‘condimento’ que es la topografía».

Martínez destaca el valor del trabajo en equipo en todas las etapas y momentos del trabajo, ya sea interno a la empresa, con las empresas contratadas y las que los contratan. Y también la importancia de insertarse en el medio donde se está. En el caso particular de Rocha, el supervisor de operaciones cuenta cómo él se contactó con torneros rochenses para armar un procedimiento de mantenimiento, reparación y mecánica ligera de la maquinaria con la que trabajan: «Les enseñamos y les pedimos que nos dieran ese servicio. Es una manera de abrir la cancha. Tal vez sea más cómodo trabajar en lugares donde ya está establecido todo, pero armar algo de la nada está bueno. Me gusta mucho el interior del país, además. Aunque falta infraestructura, la solidaridad se expresa más». Martínez vive a medias entre Montevideo, donde está su familia, y La Paloma, en una casa que le brinda la empresa para la que trabaja. Cuando pueden, su esposa e hijos van a visitarlo y a disfrutar de la playa. De todas maneras,  siempre están conectados. «Ahora es fácil», dice Martínez, «cuando inseminaba llegaba a estar 45 días en el campo, y recuerdo tener que hacer muchos kilómetros a caballo hasta un Antel para llamar a mi esposa el día del aniversario de casados».

ENCONTRAR LA TRANQUILIDAD

La historia del checo Iván Kiss es digna de un guión de una película que él mismo podría protagonizar, gracias a su español con acento, su forma divertida y llana de narrar sus aventuras y su aspecto de hombre curtido y experimentado. Kiss ha vivido muchas vidas en una sola, en parte gracias a su ambición que a muy temprana edad lo llevó –luego de hacer el servicio militar obligatorio, la escuela industrial de tornería y algunos trabajos de grapo en bosques nevados– a dejar su República Checa natal y aventurarse a trabajar por el mundo. A Uruguay llegó luego de Panamá, porque América Central le resultaba «peligrosa» y vio en internet que había posibilidades de trabajo en minería. En ese rubro trabajó en Lavalleja, para luego mudarse a Colonia y ser uno de los operadores de grúa y trabajadores de mecánica y electromecánica en la fase de construcción de la planta de celulosa de Montes del Plata. Ya con su contrato terminado, en uno de los viajes que hizo por cuestiones de residencia uruguaya, pasó por la ciudad de Rocha y le atrajo su aspecto de lugar tranquilo y pequeño. «No me gustan las aglomeraciones, las ciudades capitales», aclara Kiss, quien vive solo en la ciudad que le gustó al pasar. Para conseguir trabajo, Kiss explica: «Fui a la oficina de trabajo de la Intendencia de Rocha y me dijeron que acá había posibilidades. Soy operario de la playa de acopio para la empresa que trabaja en el puerto de La Paloma desde hace dos meses. Es tranquilo. Es que estoy menos ambicioso, por la edad. No tengo apuros. Correr, ¿a dónde y por qué?».

APRENDER EN LA MARCHA

Una vez que llega a puerto o a las empresas que se dedican a la fase industrial, la carga de madera pasa por una balanza y por varios controles. Domitila Da Costa es rochense, es auxiliar de farmacia hospitalaria y hasta hace un mes estaba desempleada. Se abrió una oportunidad de trabajo en el puerto de La Paloma, una amiga fue su referencia y ahora es funcionaria de la balanza. Da Costa describe su tarea: «Llegan camiones cargados. Ingreso al sistema y me fijo que el camión y el camionero estén habilitados. Lo que hace UPM en su balanza, lo hacemos acá nosotros. Estamos conectados con ellos. Se pesa el camión cargado cuando llega, se pesa vacío al final (tara) y el peso bruto menos la tara es lo que fue la carga».

No parece que hace solamente un mes que está en su puesto, se mueve con solvencia y explica didácticamente, señalando los diversos programas de su computadora y en particular un mapa en el que se ven íconos de camiones en movimiento. «Vía GPS vemos dónde están los camiones, a cuánto de llegar al puerto, y todo eso», explica Da Costa, quien es madre de un bebé de ocho meses que hace poco empezó a quedarse con una niñera mientras ella trabaja. Su horario es de ocho horas, salvo los días que llega el barco y carga, en el que se extiende un poco más. «Igual, con mi compañera Claudia nos arreglamos los horarios y los turnos y nos cubrimos cuando tenemos compromisos personales». Con respecto a trabajar en un medio en el que la mayoría son hombres, Da Costa dice que el trato que recibe es de igual a igual. «Los camioneros respetan, siempre preguntan y piden permiso para todo, son excelentes en el trato».

miércoles 01 de abril de 2015