Agua y forestación: ¿mito o desconocimiento?
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Toda actividad productiva y humana afecta el ciclo hidrológico, y la forestación no es una excepción. ¿Cuánto lo afecta?, ¿en qué medida?, ¿qué demuestra la práctica local? No son pocos los que advierten que será difícil generar un debate constructivo que permita contestar estas preguntas con rigor mientras la relación aguaforestación se siga manejando con etiquetas, lugares comunes y priorice las opiniones personales sobre los datos científicos.
A pesar de tener visiones encontradas, académicos, consultores internacionales e integrantes de ONG locales concuerdan en la necesidad de generar trabajos científicos de calidad e investigación de largo aliento. Desde el sector forestal, también insisten en la necesidad de promover estudios científicos a largo plazo y aportan datos contundentes de los trabajos que ya han realizado tanto la Universidad de la República (UdelaR) como el Institutito Nacional de Investigación Agropecuaria (INIA).
La necesidad de empezar a construir un debate constructivo y de ir más allá de los mitos no es un tema exclusivo de Uruguay. Es una polémica recurrente a nivel global. Por ejemplo, el reconocido ingeniero agrónomo argentino Esteban Jobaggy, magíster en recursos naturales que se desempeña como investigador independiente del Consejo Nacional de Investigaciones Científica y Técnicas (Conicet) de Argentina, es contundente en su reclamo. Entiende necesario trascender la «polémica estéril» para generar conocimiento que acompañe el desarrollo productivo sustentable. «Caracterizar a las forestaciones como un uso de la tierra inherentemente bueno, basándose, por ejemplo, en una mirada restringida a sus altos rendimientos, o malo, enfocado únicamente en los costos hidrológicos, llevaría a una polémica estéril», señala Jobaggy a Forestal.
Los trabajos científicos de Jobaggy abarcaron también el territorio uruguayo. Su investigación inicia con una premisa que resume el desafío de compatibilizar la forestación con el medio ambiente. «Las forestaciones plantean nuevas oportunidades productivas, pero también compromisos con servicios esenciales que los ecosistemas brindan».
Lo cierto es que hace más de 20 años que se foresta en Uruguay y que investigadores nacionales y extranjeros decidieron empezar a saldar preguntas. En este sentido, el país cuenta con diversos estudios que aportan información valiosa sobre la cantidad y calidad del impacto de la forestación nacional sobre el agua.
Uno de esos ejemplos es el trabajo publicado por la Universidad de Carolina del Norte en marzo de 2008, denominado «Hydrologic Impacts of Converting Grassland to Manager Forestland in Uruguay». El estudio, que ya lleva 12 años ininterrumpidos colectando datos y cuenta con la participación del INIA y de la UdelaR, comparó dos microcuencas de la zona de La Corona, Tacuarembó, una forestada y otra dedicada a la ganadería. Los resultados indicaron que el escurrimiento del agua fue menor en el área forestada y que no tuvo un pico tan alto como en la pastura. «Es decir que la forestación tuvo un comportamiento menos violento comparado con la pastura, con menos crecidas en los ríos. Eso demostraría que la forestación genera menor erosión que la actividad ganadera», sostiene Edgardo Cardozo, gerente general de la Sociedad de Productores Forestales (SPF), a Forestal.
Sobre la relación entre erosión del suelo y forestación, Cardozo pone sobre la mesa otro estudio realizado, en este caso, por la Udelar, en el marco del Fondo de Promoción y Tecnología Agropecuaria (FPTA) del Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria (INIA). Este trabajo, denominado «Efectos de la actividad forestal sobre los recursos de suelos y aguas», buscó evaluar el impacto de la actividad forestal sobre la cantidad y calidad del agua. Para cumplir con sus objetivos, comparó el comportamiento del ciclo hidrológico en una microcuenca forestal adulta (Don Tomás) y en una microcuenca de pasturas dedicada a la ganadería (La Cantera).
Cuantitativamente hablando, el estudio dirigido por el ingeniero Juan Silveira, del Instituto de Mecánica de los Fluidos e Ingeniería Ambiental (Imfia) de la Facultad de Ingeniería, señala que los ecosistemas forestales juegan un papel trascendental en la redistribución de la lluvia total, puesto que controlan la acción y movimiento del agua. De la información monitoreada entre el 1° de julio de 2006 y el 31 de diciembre de 2009, se observó, en términos anuales, un decrecimiento del 17 al 20% en el escurrimiento de la lluvia caída en la microcuenca forestal sobre la de pasturas dedicadas a la ganadería.
De hecho, la investigación relacionada a la Hidrología Forestal se desarrolla desde hace 10 años en la Facultad de Ingeniería. Sus diversos trabajos abordan el análisis desde diferentes ópticas. Una tesis publicada en diciembre de 2011 por Magdalena Crisci para la Maestría en Ingeniería del Imfia se propuso realizar un análisis económico comparativo de los principales usos del agua en la cuenca alta del río Negro para observar el costo energético de aporte a la represa Gabriel Terra. El estudio concluye: «si se tiene en cuenta el porcentaje de área de cuenca aprovechada por los diferentes escenarios de demanda de agua considerados, se obtiene que a igual porcentaje de cuenca aprovechada, los embalses de riego de arroz generan un mayor impacto económico respecto de la forestación».
LA CALIDAD DEL AGUA
La creencia popular o estigmatización acerca de que la forestación genera sequía deja de lado la calidad del agua, un aspecto igual de importante sobre ese recurso tan esencial. En la forestación se utilizan fertilizantes nitrogenados y fosforados, y hormiguicidas, en promedio una vez cada 10 o 12 años. De la misma manera, en los cultivos agrícolas, por ejemplo, se utilizan fertilizantes nitrogenados, fosforados, insecticidas, hormiguicidas, fungicidas, y retardantes de forma anual. También en la producción ganadera o intensiva se genera estiércol concentrado en poca superficie y cultivos intensivos para alimentar ganado. Además se utilizan productos para baños del ganado y sales minerales que terminan en los cauces.
En ese sentido, en la investigación publicada por el experto brasileño Lima, en 2008, se expresa: «el Eucalyptus es una especie forestal perfectamente normal, que incluso demuestra mayor eficiencia en el uso del agua que otras especies». Por eso la contaminación del agua dependerá del manejo que se haga de las plantaciones. Así lo resume Silveira en su estudio: «la calidad del agua es un indicador adecuado de la calidad ambiental de las prácticas de manejo forestal adoptadas».
Hay otros estudios disponibles en este sentido. Por ejemplo, la tesis de postgrado denominada «Impacto de la Forestación en la calidad del agua escurrida», elaborada por Patricia Barreto para la Facultad de Agronomía, analizó la calidad del agua en los datos de la investigación apoyada por Weyerhaeuser en Tacuarembó. El trabajo no encontró diferencias significativas en los contenidos de nitrógeno y fósforo de la cuenca forestada y la cuenca con pasturas más pastoreo.
LA INVESTIGACIÓN «PERMANENTE»
El trabajo realizado por Magdalena Crisci en 2011 para el Imfia vuelve a poner el foco en la necesidad de sostener investigaciones a largo plazo. Crisci destaca que pese a que las facultades de Ingeniería y Agronomía cuentan con un programa de investigación y monitoreo «aún existen grandes incertidumbres respecto a la cuantificación».
Roberto Scoz, director del Programa Nacional de Producción Forestal del INIA, destaca que la investigación forestal está en la agenda del instituto. Aunque reconoce que son «instancias muy costosas y de muy largo plazo».
Juan Pedro Posse, gerente de Desarrollo Técnico de Weyerhaeuser y responsable por parte de la empresa de la investigación, explicó que en el proyecto han participado más de 40 investigadores de distintas cátedras y departamentos de instituciones involucradas. Además, se han generado al menos ocho tesis de Maestría y Doctorado en base a este trabajo.
En el marco de la línea de investigación de Imfia, Jimena Alonso publicó su tesis en agosto de 2011, titulada «Modelación de procesos hidrológicos asociados a la forestación con Eucalyptus en el Uruguay». Alonso señala las coincidencias de autores nacionales e internacionales respecto a algunos puntos: los cambios en el uso del suelo afectan tanto la disponibilidad como la distribución de recursos hídricos y también la relación precipitación-escurrimiento. Sin embargo, opina que esos cambios no son simples de predecir debido a la superposición con otros factores como el clima y el efecto de escala. Una vez más, aparece la necesidad de ir «más allá de opiniones y percepciones» para profundizar la investigación y vincularla a las condiciones ambientales, climáticas y productivas locales.
Sobre la falta de investigación, desde el Instituto de Mecánica de los Fluidos e Ingeniería Ambiental, Silveira plantea un «debe del Estado». También contó que las investigaciones de la Udelar comenzaron en 1998 pero en la crisis debieron suspenderse. No obstante, entiende necesario que las empresas colaboren. En esa línea, Silveira adelantó que nació un proyecto a raíz de un planteo a UPM y Montes del Plata para la realización de estudios a largo plazo. «Será una cofinanciación de la empresa con el Estado. La Agencia Nacional de Innovación e Investigación subsidiará el 70% y las empresas el 30%».
Al respecto del «debe» del Estado, Posse –de Weyerhaeuser– asegura que la necesidad de generar investigación de largo aliento excede a un gobierno. «Se deben tener asegurados fondos para que las investigaciones no se abandonen. Debe constituirse una política de Estado firme», opinó.
SENSIBILIDAD AMBIENTAL Y ESTIGMA
¿Por qué, si el impacto real de la forestación sobre el agua depende tanto del contexto y los estudios realizados por los académicos nacionales no confirman las hipótesis más alarmistas se generó un mito tan generalizado sobre el tema? Las respuestas desde el ámbito científico son variadas, aunque coinciden en la sensibilidad social que despierta la materia
En un ciclo de capacitación denominado «Generando ciudadanía desde los medios», realizado en San Luis, Argentina, en julio de 2011, Jobaggy otorgó responsabilidad a los medios de comunicación por ese prejuicio. «Los temas ambientales son favoritos para ser tomados como rehenes de otras discusiones y eso confunde más a la sociedad», señaló.
Por otro lado, Jobaggy reconoce que cuando se abordan cuestiones de agua, «la sociedad muestra gran sensibilidad».
Juan Pedro Posse, de Weyerhaeuser, sostiene que la estigmatización viene de «extrapolar experiencias puntuales y sostener que eso mismo va a ocurrir en todos los lugares donde se planten árboles». Según Posse, la oposición al desarrollo forestal tiene más que ver con cuestiones políticas o de modelos de desarrollo y con una falta de cultura forestal en el país. Respecto a la cuestión ambientalista, señala que «se utilizan argumentos de carácter ecológico porque es una forma más amigable de atacar a un sector, sensibilizando a la comunidad».
Con respecto a los conflictos de intereses, Roberto Scoz, de INIA, señaló a Forestal que si un estudio comprueba que el balance hídrico se ve afectado, el productor forestal «es el primero en preocuparse porque depende del agua». No obstante, marcó un debe del sector forestal respecto a su vínculo con «el afuera». «Al salir tenemos que enfrentar un montón de prejuicios y ahí es donde no sabemos movernos bien todavía. Hay que ser más abiertos y mostrar la actividad», concluye Scoz.
Posse coincidió en la autocrítica de Scoz sobre la comunicación con la sociedad y aceptó que al sector no siempre le gusta reconocer lo que no se hace bien. «En estos temas tan sensibles hay que saber tener oídos para escuchar otras campanas y saber corregir».
El único camino es comprender que todos los rubros productivos tienen ventajas y desventajas, y que la investigación científica genera herramientas para encontrar los mayores beneficios. Herramientas que permitan compatibilizar la forestación con el medio ambiente. Hoy ese camino está a medio transitar porque el debate aún es rehén de las sensibilidades y la falta de una discusión abierta.
SILVEIRA Y PÉREZ ARRARTE. El 31 de marzo de 2011 el semanario Voces entrevistó al ingeniero Luis Silveira. En un fragmento del artículo, el investigador aseguró que el impacto de la forestación sobre el agua «es mucho más moderado de lo que plantean las ONG». Siete días más tarde, el ingeniero agrónomo Arturo Pérez Arrarte le contestó en el mismo semanario. Se planteó una polémica y hubo una nueva respuesta de Silveira el 7 de abril. Cada uno defendió sus trabajos, hubo argumentaciones, acusaciones de falta de rigor científico y tergiversación de datos, y conclusiones muy distintas sobre el impacto de la forestación. Arrarte explicó a Forestal que la metodología en la que se basa el Grupo Guayubira busca integrarse al campo académico desde las ciencias sociales. «Nunca vi un trabajo bueno del INIA sobre el tema. Todas las investigaciones están vinculadas a empresas. El lobby forestal es muy grande», señaló. No obstante, reconoció no conocer aún la última publicación de INIA, dirigida por Silveira, y puntualizó: «la tendré que leer y me alegro de que se le esté prestando atención desde INIA». Por su parte, Silveira dijo a Forestal que por más que se siga generando información, «es muy difícil que las ONG cambien de opinión». «Desde las ONG hay una opinión preconcebida. No se puede tener la postura de decir que los productores son los malos de la película», concluye el ingeniero. Y se pregunta: «¿cómo se puede hacer investigación a espaldas de las empresas?» Para estudiar los suelos, el agua, la biodiversidad, «es necesario trabajar junto a los sectores productivos».
¿CÓMO AFECTA LOS RECURSOS HÍDRICOS? A pesar de la polémica, todos los actores concuerdan en que la forestación afecta los recursos hídricos al interactuar con sus principales procesos: evaporación, erosión, infiltración y escurrimiento. ¿Cómo lo hace? Partiendo de la base de que en la mayoría de los ecosistemas terrestres los únicos ingresos de agua provienen de la lluvia, la razón radica en que los árboles interceptarían más precipitación y transpirarían más agua que las pasturas naturales. Una explicación más detallada aparece en la publicación «Hidrologia florestal aplicada ao manejo de bacias hidrograficas», del experto brasileño Walter Paula Lima. «Cuando se produce una precipitación sobre un bosque, una fracción del agua es interceptada y temporalmente retenida en el follaje y las ramas». El experto agrega que «parte de esa fracción es reintegrada en la atmósfera por evaporación, otra parte gotea directamente hacia el suelo y la última escurre hacia el suelo por las ramas y troncos». Ese proceso se llama «redistribución de la precipitación». Sin embargo, cada situación es distinta, dependiendo del contexto en el cual se plantea la forestación. Y allí se detiene, una vez más, Jobaggy. Ese contexto «es de gran importancia a la hora de valorar impactos sobre el agua». Esto es, para Jobaggy «lo más interesante que tenemos que discutir como sociedad». «No tanto si las forestaciones son buenas y malas, sino «dónde, con qué diseño y con qué esquemas de manejos nos darán los mayores beneficios y traerán los menores costos ambientales», explica el experto a Forestal.
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